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Las lijas al agua son una de las herramientas más importantes en la joyería y el trabajo con metales. Son las que realmente definen la calidad de la superficie antes del pulido. Sirven para ir afinando las marcas que dejan las limas o herramientas anteriores, pasando progresivamente de granos gruesos a granos finos hasta lograr una textura completamente lisa.

Si querés que una pieza te quede realmente brillante, no hay forma de saltearte las lijas. Son el puente entre la lima y el paño de pulido: sin ellas, ningún metal va a reflejar la luz como corresponde. Pero también podés usarlas para generar efectos más controlados, como terminaciones satinadas o mate, jugando con el grano y la dirección del lijado.

Vienen en distintos granos  y se usan con un poco de agua para evitar que el polvo tape la superficie y para mantener una abrasión pareja. También podés cortarlas en tiras o piezas pequeñas para adaptarlas a distintos formatos de trabajo.

Beneficios:

  • Permiten eliminar rayas y marcas de lima con precisión.

  • Preparan la superficie para el pulido y el brillo final.

  • Se adaptan a cualquier tipo de metal o terminación.

  • Con agua, duran más y producen menos polvo.

Precauciones:

  • No mezcles granos: pasá siempre de uno a otro en orden ascendente.

  • Enjuagá la lija si se carga con residuos, puede rayar la pieza.

  • Evitá lijar en seco si podés: el calor y el polvo afectan el acabado.

 

Consejo Mercury:
Lijar no es solo “pasar una lija”. Es entrenar el ojo y la mano. Prestá atención a cómo cambian los reflejos de la pieza con cada grano. Cuando ves que la superficie refleja pareja, ahí podés subir de número. No te apures: la paciencia con las lijas es la que después te regala el verdadero brillo.